En 1985, hace 23 años, mi padre decidió emprender un negocio relacionado con PEMEX. v
Con el paso de los años y gracias al tesón, logró consolidar su empresa.
Muchos años de esfuerzo y visión empresarial le permitieron lo que cualquier padre anhela para sus hijos: techo, educación, salud.
Debo decir que estoy profundamente agradecido con la vida y también lo estoy con mi padre.
El trabajo honrado no puede más que dignificar a la persona.
Ya con mayoría de edad obtuve responsabilidades en el negocio familiar, acciones y funciones directivas.
El negocio tomó dimensiones relevantes.
En esos años de consolidación profesional no sólo me formé como administrador, sino tomé conciencia social respecto a la responsabilidad que deben tener las personas con su entorno y con sus semejantes.
En 1997, cuando el Grupo de Empresas había crecido y se había consolidado como uno de los más importantes en la región, decidí emprender mi propio camino y abrirme paso en la vida pública. Por eso me postulé y contendí en una elección.
Fue así como gané una diputación de mayoría por el PAN en Campeche.
Concluido mi encargo en la Legislatura local, tomé posesión como diputado federal.
Hacia finales del 2003, al asumir mi primera responsabilidad en la Administración Pública, tomé la decisión más importante de mi vida: dedicarme por completo al servicio público.
En ese año opté por cosechar lo más valioso que una persona puede obtener: la satisfacción del servicio al país y a los demás.
El precio que pagué no fue menor. Le he arrebatado tiempo a mi familia, renuncié a las acciones de las cerca de 80 empresas de uno de los grupos empresariales más importantes del sureste mexicano y también dejé muchas de las comodidades que tienen los que viven en el interior del país.
La información dada a conocer omite la existencia de una relación mercantil establecida hace 23 años, entre la empresa referida y PEMEX.
Por tanto, resulta inmoral y doloso afirmar que las operaciones de dicho negocio son producto de las responsabilidades públicas que yo he ocupado en el pasado reciente.
Cuando la empresa en cuestión estableció relación comercial con PEMEX yo tenía 14 años de edad.
Aclaro, además, que esta línea del negocio prácticamente no ha crecido desde su inicio. La expansión del grupo empresarial se ha dado en la administración de franquicias y en negocios inmobiliarios desde mucho antes que yo ingresara al servicio público.
Resulta mezquino que se me acuse de beneficiarme económicamente de la política, cuando fue justamente la política la que me motivó a renunciar a un patrimonio legítimo, producto del esfuerzo personal y familiar.
No perderé el tiempo debatiendo públicamente con mis detractores. Hoy tengo a mi cargo responsabilidades muy importantes para el país que no merecen distracción alguna.
Es por ello que pondré a disposición de las autoridades competentes, toda información que se me requiera para que sean éstas quienes emitan una opinión en el plano legal. Yo soy el principal interesado en que se aclare esta acusación dolosa.
Quiero ser contundente, jamás me he beneficiado ni he beneficiado indebidamente a nadie desde los cargos públicos que he ocupado. Mis actos han sido legales, mi actuar ha sido siempre ético.
Muchas gracias.
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En tertulia reciente de políticos ilustrados e intelectuales informados surgió a la discusión el significado del nombramiento deMouriño al frente de la Secretaría de Gobernación. Las interpretaciones más memoriosas se remontaron al virreinato y las más pragmáticas a su actual expresión: la política petrolera. En el trasfondo, las motivaciones sicológicas y las intenciones últimas de quien lo nombró.
En la matriz de la nación es claro el papel que corresponde al peninsular, en contraste con el criollo, el indio, el mestizo y el resto de las castas que a la postre formaron la identidad mexicana. La diferencia más sutil pero también la frontera más precisa se establece entre criollo y peninsular, porque a pesar de provenir del mismo origen étnico, mientras el primero se coloca a la cabeza de todos los oriundos, el segundo es el agente de la dominación colonial y, con el tiempo, la opresión encarnada.
Criollos fueron los novohispanos más ilustrados, como Clavijero y Juana de Asbaje. Lo fueron los precursores de la Independencia como Primo de Verdad y los primeros insurgentes encabezados por Hidalgo. Durante las guerras de reforma militaron más bien en el bando conservador, así Lucas Alamán, su esclarecido dirigente. La Revolución fue también una emergencia del mestizaje, que coloreó a casi todos nuestros líderes, con excepción de José López Portillo y de sus “churumbeles”.
Los ecos del 15 de septiembre nos recuerdan todavía el grito feroz: ¡A coger gachupines! La República española nos devolvió en cambio la devoción por misioneros y humanistas. Pero jamás fue equiparable un “transterrado” a un peninsular. El primero se acogió a nuestra hospitalidad y nos aportó su caudal de sabiduría. El segundo permanece atado a la memoria del explotador de los naturales y de sus riquezas.
Por ello, el lugar de nacimiento del joven Mouriño —ocultado durante largo tiempo— no resulta banal. Menos aún el uso de pasaporte español durante su estadía en Florida, que “lo convirtió de nuevo en súbdito de la Corona”. Más reveladora todavía la trayectoria rocambolesca de la familia, cuyo patriarca, nacido y crecido modestamente en Vigo, casado y cebado en Madrid, arribó a Campeche para “hacer la América”, siempre en la turbia confluencia entre política y negocios.
La relación de empresas hechizas empolladas por el clan en ambos lados del Atlántico y la de sus jugosas operaciones realizadas al amparo del favor público son el retrato vivo del maridaje entre poder y dinero que tipifica la corrupción mexicana. Son los Ahumada peninsulares al servicio de un proyecto político y económico a gran escala: de carácter transnacional, transexenal y transgeneracional.
Salvo las actividades relacionadas con el lavado de dinero, cuya investigación —iniciada en 2003— todavía no concluye la PGR y las operaciones inmobiliarias en la península, todos los giros y negocios familiares se relacionan con la venta y transportación de hidrocarburos. Clan gasolinero, la gente lo llama. Comenzaron como prestanombres de políticos, crecieron por el tráfico de influencias y ahora están en posición de escoger a sus socios en el mercado local y en el global.
De ahí que las denuncias formuladas por la prensa y recogidas en su mensaje del día 24 por López Obrador adquieran una relevancia estratégica. Se trata de contratos millonarios, adjudicados de modo directo en favor de la empresa familiar Transportes Especializados Ivancar, firmados por Juan Camilo como apoderado, en el tiempo en que fungía como presidente de la Comisión de Energía de la Cámara de Diputados, asesor y subsecretario, bajo el cobijo de Felipe Calderón.
Asombra el desenfado, por no decir la falta de escrúpulos, que semejante coincidencia exhibe. Inspirado en el descaro de los hermanos Bribiesca —igualmente beneficiarios de Pemex— explica el celo de la administración foxista en eliminar al candidato de la oposición e imponer a un sucesor que asegurase la continuidad de las complicidades. El encadenamiento de un proyecto que disuelve la autoridad republicana, degrada el poder político y compromete el patrimonio de la nación.
Ese es el meollo del debate que libramos entre los mexicanos. Las intenciones del gobierno son evidentes y sus métodos inequívocos. Las respuestas debieran serlo también. Más allá de las supuestas diferencias de estilo entre “moderados” y “radicales”, lo que se requiere es ir a la raíz del problema y desechar toda forma, voluntaria o involuntaria, de colaboración con el designio oficial. Una vez más, ser o no ser oposición.
Los legisladores tienen en la instancia inmediata la responsabilidad de procesar la denuncia. Habrán de dar la medida de su posibilidad y de su convicción. Pero el campo de acción se extiende a toda la sociedad, que ya percibe la cuestión del petróleo como la madre de todas las batallas.
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En estos dias en que la idiotez gubernamental supera a la ficciOn, vale la pena leer el siguiente escrito de Carlos Montemayor, muy acorde con estos tiempos, con nuestra repUblica simulada y nuestro pais virtual, casi de cuento literario. SOlo nos falta retratar a la "nueva realeza" en una fAbula ilustrada, acorde con la imAgen, ayer, del "Megasecretario de Hacienda", que ejerciendo su puesto como en un cuento de hadas (y que quizas por lo mismo cree que puede recetArnoslo y que lo creeremos como infantes), se dedicO a balbucer, muy a su estilo, declaraciones que con el mismo desparpajo con el que debe alimentarse, pretende ocultar verdades, maquillar mentiras y falsear cifras. PorquE no dice que "los otros fondos", de donde saldrAn los miles de millones de pesos con que piensan aminorar el efecto de la recesiOn norteamericana en ciernes, no es otro que el propio Fondo Petrolero Excedente?, serA porque eso denotarIa un estado mental cuasi-esquizofrEnico de nuestros "mandatarios"?, cOmo no!, si a diario se nos receta que "Pemex estA quebrado", o no?
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La democratización de Pemex
(Carlos Montemayor, "La Jornada", 7 de Febrero, 2008)
Por más que tratemos de evitarlo, por menos literario que procuremos hacer el análisis de nuestra vida social, el realismo mágico se filtra por las grandes fisuras de los discursos de viejos y nuevos políticos y por las cuarteaduras cada vez mayores de los desvencijados muros de nuestra economía nacional. La conversión del color negro en color blanco es sorprendente en México: tan fácil como convertir, en la gastronomía popular, un gato en liebre o, en la música popular, un gavilán en paloma.
En efecto, hay que recibir con buen humor, con cierta imaginación literaria, acaso como un homenaje involuntario a Gabriel García Márquez, los acontecimientos de nuestros días. Porque ahora, al proceso de convertir los ingresos públicos en ganancias privadas y las deudas empresariales en deuda pública varios de nuestros políticos lo quieren llamar “democratización”, cosas del realismo mágico que no hubiera imaginado nunca el viejo Aristóteles. Algunos de nuestros políticos tienen la peregrina idea o la ocurrencia exótica de que todos los mexicanos padecemos la insuficiencia cerebral necesaria para confundir al lobo con el cordero y a Dios con el diablo.
Durante una ceremonia de homenaje a los atenienses caídos en la guerra, Pericles explicó que: “… nuestro gobierno se llama democracia, porque la administración de la república no pertenece ni está en pocos sino en muchos”. En otro discurso, también registrado por Tucídides, Pericles agregó otro rasgo: “En cuanto a lo que al bien público toca, pienso que es mucho mejor para los ciudadanos que toda la república esté en buen estado, que no que a cada cual en particular le vaya bien y que toda la ciudad se pierda. Porque si la patria es destruida, el que tiene bienes en particular también queda destruido con ella como los otros. Por el contrario, si a alguno le va mal privadamente, se salva cuando la patria en común está próspera y bien afortunada.”
Aristóteles nos provee de otra aclaración importante para matizar las cosas en aquellos tiempos. En un pasaje no siempre comentado de su Política (Libro IV, 1290b) propone lo siguiente: “Debe decirse más bien que hay democracia cuando son los libres los que tienen la soberanía y oligarquía cuando la tienen los ricos; pero da la coincidencia de que los primeros constituyen la mayoría y los segundos son pocos, pues libres son muchos, pero ricos son pocos… El régimen es una democracia cuando los libres y pobres, siendo los más, ejercen la soberanía, y una oligarquía cuando la ejercen los ricos y nobles, siendo pocos.”
Esta reducción a dos formas de gobierno se antoja más práctica que los matices de la división tripartita, porque refleja dos condiciones categóricas: la movilidad social misma entre ricos y pobres en la alternancia del poder y las condiciones sociales que producen un mayor número de pobres y un menor número de ricos. Esto es, el registro de una “más amplia” o “más reducida” distribución de la riqueza. En nuestro tiempo, cuando todo quiere explicarse por medio de análisis macroeconómicos, la prosperidad de los pocos o de las elites financieras se confunde con la riqueza de la República; no es así. La pobreza extrema de millones de habitantes no puede solucionarse con la riqueza de una elite.
La costumbre de emplear a fondo el realismo mágico en el lenguaje de las políticas económicas comenzó con el ex presidente Carlos Salinas de Gortari. Recientemente, en las páginas de La Jornada, Carlos Fernández-Vega recordó que el 2 de mayo de 1990, cuando se anunció la reprivatización bancaria, Salinas la justificó diciendo que había que “democratizar el capital financiero”. Fernández-Vega apuntó que, en los hechos, “el número de accionistas, en el mejor de los casos, no pasó de un par de centenas (0.0002 por ciento de la población de entonces). Lo único que sí se democratizó fue el voluminoso costo del rescate bancario”. Uno de los resultados de esa democratización es que la banca ya no es mexicana.
Difícil creer que el “poder del pueblo” equivale a la desmedida codicia de las elites. Decir que es un proceso de democratización que el lobo se coma los bienes de los corderos es una broma de mal gusto. No digo que debamos tomar las cosas siempre con seriedad. Pero tengamos, al menos, un poco de respeto con el buen humor. Hay límites incluso para las bromas: se requiere decencia, como las “buenas familias” han argumentado siempre.
Convertir ingresos públicos en ganancias privadas de una elite no es democratizar Pemex, sino una capitulación del Estado, una cancelación de responsabilidades públicas, un retroceso nacional. ¿Qué más nos falta ver y vivir en México? Estamos, como diría García Márquez, ante la crónica o historia de un nuevo robo a la nación ya anunciado.
Suele decirse que el político es un hombre de acción y el escritor un hombre de imaginación. Sin embargo, la mayor parte de la actividad del político tiende a imaginar una peculiar reconstrucción de la realidad que justifique las actividades de represión, reorganización, competencia o justicia social que se propone un grupo en el poder en un momento dado. De tal manera que el ejercicio político no es puramente la acción, también la ficción, y muchas veces con un sentido más peligroso que el literario. Es la ficción que da origen a la “versión oficial de la realidad”.
No niego la importancia de la imaginación, por supuesto. Sí, pero ahora los políticos mexicanos abusan y creen que pueden transformarse en ilusionistas. ¿Lo permitirá el país? ¿Da México para eso y más? Qué ganas de imitar a nuestros vecinos distantes y pedir que “Dios bendiga a los Estados Unidos Mexicanos”.
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