Mundo amurallado
Leyendo por allí un artículo sobre las contradicciones contemporáneas del concepto libertad retomé algunos datos que me parecieron importantes y los plasmo a continuación de manera resumida incluyendo puntos de vista propios.
Los seres humanos estamos infringiendo al mundo nuevas cicatrices al levantar muros para separarnos unos de otros. En nombre de una distinta raza, nacionalidad, cultura, religión, ideología política o simplemente por cuestiones económicas, separarnos ricos de pobres.
Cuando cayó el muro de Berlín en 1989 se vislumbraba un tiempo feliz en el que los hombres seríamos finalmente hermanos, unidos en un nuevo orden mundial.
Hubo ingenuos que lo creyeron; han transcurrido casi veinte años y todo quedó en ilusión. Hoy se levantan nuevos muros, barricadas, vallas, verjas, fosos y trincheras en todo el planeta, los hay de todos los materiales, con piedras y arena, con metal y hormigón, con alambre de espino, con refuerzos de cámaras de video, sensores de calor, rayos láser, equipos de visión nocturna, helicópteros, aviones robotizados e incluso campos de minas. Miles de kilómetros de nuevas separaciones entre vecinos erigidas con la idea de ser infranqueables.
Estados Unidos, el país que más influyó en la caída del muro de Berlín ha emergido como el campeón de la construcción de murallas. Los soldados norteamericanos levantan en Bagdad una valla de cuatro kilómetros para separar a las comunidades Suní y Chií.
De la época de la guerra fría se conserva la llamada Zona Desmilitarizada del Paralelo 38, que separa, desde 1953 a las dos Coreas. Tiene 238 kilómetros de largo por cuatro de ancho. La custodian alrededor de dos millones de soldados de ambos bandos y sus alrededores se encuentran muy minados.
En el Zagreb sigue en pie la muralla de arena y piedra que Marruecos levantó en el Sahara Occidental para dificultar las incursiones de los guerrilleros del Frente Polisario. En Belfast y otro lugares de Irlanda del Norte, los llamados muros de la paz que separan católicos de protestantes.
Aunque la llamada Línea Verde que dividía Nicosia, la capital de Chipre, en una parte griega y la otra turca se está desmantelando, actualmente, por problemas políticos está resurgiendo otra, la que dividía Beirut Oeste musulmán del Beirut Este cristiano por la torpe invasión militar israelí el verano pasado.
Desgraciadamente abundan ejemplos de la fiebre de los muros, vallas y verjas en el mundo: la valla de seguridad que Israel levanta para intentar aislar a Cisjordania, las que separan Pakistán y Afganistán, India y Pakistán, India y Bangladesh, Tailandia y Malasia, hasta Brasil anda pensando en levantar su propio muro en un tramo de su frontera con Paraguay, el cual se situaría (menuda paradoja) justo debajo del puente que une a las riberas de ambos paises sobre el río Paraná llamado “de la amistad”.
La plaga ha llegado también a Africa: Botsuana erigió en 2003 una verja electrificada a lo largo de su frontera con Zimbawe. En el Golfo Pérsico las grandes empresas constructoras tienen contratos de nuevo tipo: construir un muro que separe los Emiratos Arabes Unidos de Omán y otro que separe Arabia Saudó de Irak a lo largo de sus 900 kilómetros de frontera común.
El año pasado el Congreso de EEUU aprobó por amplia mayoría – incluido el voto favorable de Hillary Clinton- la construcción de una barrera metálica de más de 1.100 kilómetros de longitud y unos cinco metros de altura a lo largo de toda la frontera con México.
Podría continuar con más ejemplos pero lo esencial es comprender las acciones lamentables que somos capaces de emprender los seres humanos, los que nos llamamos inteligentes, superiores, con libre albedrío. Cercenar la libertad demuestra la incongruencia entre lo que se piensa, lo que se dice y lo que se hace; como dijo Gandhi: “no hay camino hacia la libertad, la libertad es el camino”.