Felipe Calderón ha puesto empeño en combatir la delincuencia, utilizando las policías y el Ejército, siendo que el problema de la inseguridad pública es más profundo, más complejo; tiene que ver con la terrible desigualdad que hace que en México coincidan los hombres más ricos del mundo, con los más pobres.
Como en 1810, como el 1910, la riqueza está concentrada en una cuantas manos, no necesariamente las más aptas y capaces, sino las más cínicas y rapaces. Salinas, Montiel, los Bribiesca, Martita, Slim, la Gordillo, han accedido a las sumas millonarias por el método sencillo de la corrupción, aprovechando los puestos públicos y las influencias del poder. Constituyen una mafia altamente perniciosa que se cobija con el manto de la impunidad y la complicidad. Integran una elite que utiliza los partidos políticos, pero que no tiene más ideología que el color del dinero.
Los números falsos de la industria maquiladora, permiten a los gobernantes asegurar que la economía nacional y el empleo van en crecimiento, cuando la realidad es que México produce cada vez menos y cada vez peor. La educación está entre las ínfimas del planeta, porque los miles de millones que se destinan a esta renglón van a engrosar la bolsa de los líderes sindicales corruptos e inescrupulosos; el precio de los insumos para la producción es más elevado que en el exterior; los sistemas de comercialización son rudimentarios e ineficientes; en fin.
En ese sentido, los jóvenes que perciben cómo los pillos se vuelven ricos de la noche a la mañana, difícilmente se sienten atraídos por el estudio, el trabajo, el esfuerzo y la responsabilidad. Optan por la riqueza fácil y si no les dejan entrar a los puestos públicos, porque están acaparados y se heredan de padres a hijos, van en busca del dinero que genera la delincuencia. Los “peques” ya no quieren ser bomberos, como hace cinco décadas, ni judiciales, como hace dos; ahora quieren ser pandilleros.
Con más policías, con más soldados, habrá más muertos, más encarcelados y posiblemente no ganen los buenos. El combate a las conductas delictivas debe ir más allá y tiene que ver con el luminoso legado de la Revolución Mexicana: la justicia social. Moderar la opulencia y la indigencia, propuso Morelos en el Primer Congreso de Anáhuac, en Chilpancingo, 1813; Felipe lo ha propuesto al Congreso nacional; pero, no basta. Mientras no se castigue a quienes han robado al país; mientras se siga protegiendo a los grandes predadores. En tanto que Vicente Fox, luego de la gran deblacle nacional, siga dando consejos al Calderón y continúe burlándose de los mexicanos; mientras la Gordillo vocifere y pida más poder y dinero, todo esfuerzo será en vano.
Fox no únicamente dilapidó la gran fortuna que ingresó al país por los altos precios del petróleo y las exportaciones, tanto de mano de obra barata, como de mercancías, lícitas o no; también asesinó las esperanzas de un pueblo que creyó en sus palabras y le entregó su confianza. Dijo que terminaría con las víboras prietas y las tepocatas; pero, pronto se alió con ellas. Resultó igual o peor.
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