Qué nos falta, como sociedad, para que los niños y jóvenes aprendan matemáticas, qué le tengan aprecio a ésta. Es un cuestionamiento muy sencillo aparentemente, la realidad nos muestra que es muy complejo.
No suelo referirme a mis vivencias como ejemplo de nada. Recuerdo que mi infancia transcurrió en el campo. No veía televisión, no teníamos. Los domingos no teníamos que acudir a la iglesia, toda la familia trabajábamos. En el primer año escolar participé en un concurso donde lo primordial era saber leer y hacerlo a la mayor velocidad. Gané. Aprendí las operaciones fundamentales con facilidad. Luego, en la secundaria, las cuestiones del algebra se me hicieron muy sencillas. Cuando iba al bachillerato, o prepa, escuché en una ocasión a uno de mis maestros que hablaba de alguien que tenía especial facilidad para las matemáticas, de pronto, a través de la ventana me señaló, es él dijo, ese morenito, flaquito. Me sorprendió, así era él, le decíamos El Trigre, su nombre Manuel Bautista Basurto, un ingeniero civil egresado del Tecnológico de Monterrey que por los avatares de la vida era maestro de matemáticas, y era un excelente maestro. Luego en la carrera aprendí más matemáticas con el ingeniero Adolfo Córdoba Jerez, otro excelente maestro. Recuerdo que hace pocos años, estando de vacaciones, me enteré que había fallecido y que estaba siendo velado, acudí de inmediato, di mi pésame a su hermano, que fue mi compañero, a su hija que lloraba inconsolable, le dije, a manera de consuelo y con convicción: tu papá fue mi maestro de matemáticas y puedo decirte que fue excelente, en su inmensa tristeza, sonrió. Así fue como aprendí matemáticas. Por ahora las uso poco.
Mi hijo menor estudia ingeniería. En su primer semestre nos reprochó el haberlo inscrito en una preparatoria donde fue muy limitado lo que aprendió de matemáticas. Para superar esa deficiencia acudimos con nuestro vecino y amigo, ya fallecido, el maestro Everardo García Alonso. Él, maestro normalista y en administración, se dedicaba a enseñar matemáticas cuando ya estaba jubilado. Me regaló un ensayo sobre la enseñanza de la matemática, así decía él, en singular. También mi hijo vivió, y la familia con él, una experiencia maravillosa durante su educación primaria. Fue a una escuela sui géneris. Tenían un maestro o maestra para cada materia: Español, matemáticas, inglés, ciencias, etcétera. Cultivaban hortalizas, aprendieron el ciclo completo del cultivo del café, cuidaban gallinas y conejos. Tenían un taller de cómputo y redacción. Hacían una revista. Eran muy pocos porque la escuela estaba fuera de la ciudad, en el campo. Su costo era igual que lo que cuesta en promedio la educación básica en el sistema educativo mexicano. De esa grata y fructífera experiencia queda un libro que escribió el director y dueño de la escuela, Jorge Vaca Uribe, doctor en ciencias de la educación, y que editó
Entonces, el problema del aprendizaje de las matemáticas no son los alumnos, quizá tampoco los maestros. Es el sistema educativo en su conjunto. Como partes del sistema están: las autoridades, los maestros y su sindicato, el entorno familiar y social, como parte de éste los medios masivos de comunicación y muy especialmente la televisión con su programación alienante.
Tenemos un gran reto como sociedad, que los niños y jóvenes se interesen por las matemáticas y por todas las materias que formaran su acervo para incursionar en estudios superiores y que éstos los puedan realizar con relativa facilidad, con gusto. Que se diviertan aprendiendo.
No es problema de recursos. Ya lo vivimos, en familia, con mi hijo. Es un asunto prioritario para el país. Para el futuro.
Etiquetas: OCDE
Suscribirse a Comentarios de la entrada [Atom]
Suscribirse a
Entradas [Atom]