("La Jornada", 23 Octubre 2008)
Los panistas, incluyendo a los usufructuarios de Los Pinos, están convencidos de que la sociedad es mayoritariamente conservadora y que, por lo mismo, apoyará sus iniciativas y sus políticas sin chistar. Es cierto y no.
La gente en general es conservadora, pues teme a los cambios. El más vale malo por conocido que bueno por conocer es un dicho popular muy arraigado, hasta que se trata de la vulneración del interés de las personas o de quitarles lo poco que tienen. Cuando las políticas públicas y las decisiones de alto nivel afectan a las personas éstas se defienden, sobre todo cuando tienen poco que perder y cuando ese poco es su único patrimonio. Los gobernantes, sin embargo, no lo quieren ver así y rápidamente mueven a quienes todavía son más conservadores (las clases medias, por ejemplo) para, según ellos, contrapesar los movimientos populares defensivos y presentarlos como subversivos, desestabilizadores y víctimas de políticos demagógicos sin escrúpulos que ponen en duda la bondad de las instituciones y la sabiduría de quienes pretenden gobernar el país.
Cuando a los gobernantes no les salen bien sus cálculos y las respuestas sociales los rebasan, usan la fuerza pública, federal y estatal, con la intención de someter y de acabar (si fuera posible) con esos movimientos. Son tan torpes que no se dan cuenta de que con sus acciones intimidantes y represivas lo único que logran es que las contradicciones se agudicen y que las instituciones –que se supone fueron creadas para atender a la población– sean, más que cuestionadas, enfrentadas o, en el mejor de los casos, esquivadas como quien se aparta de un perro con rabia.
Los verdaderamente subversivos no son los que levantan la voz para defender lo suyo, lo que les llevó años conquistar, lo poco que han ganado. Son los gobernantes miopes, sordos y, por si no fuera suficiente, bisoños. Éstos son los subversivos porque queriendo gobernar lo que hacen es querer imponer lo que sus “sabios tecnócratas” acordaron desde sus oficinas como políticas de gobierno. Sacuden el avispero, como han hecho con el crimen organizado, y luego se quejan de que las avispas los piquen. Y en lugar de reconocer que lo hecho ha sido improvisado, sin planeación y sin prospección, dan más palos a diestra y siniestra y, para colmo, se sienten muy satisfechos si entre tantos palos que afectan a gente inocente caen el suelo una o dos de las avispas que supuestamente querían combatir. Con los profesores de Morelos han hecho lo mismo y todo este alboroto que han provocado obedece a la terquedad de sostener un pacto espurio con una dirigente ídem sólo porque ésta le ayudó a tener más votos que los merecidos. El resultado ha sido aumentar el número de muertos y heridos a la trágica suma de los muertos y heridos que ha provocado la improvisada e irresponsable lucha contra narcotraficantes, asaltantes y secuestradores, que, dicho sea de paso, siguen haciendo de las suyas y van en aumento como diciendo “sí, pues ahora verás”.
Son tan torpes que sólo les falta echarles la culpa a los ahorradores por la crisis económica, y si no se hubiera inventado El corralito en la Argentina de Fernando de la Rúa, que fracasó estruendosamente y provocó la caída del gobernante de ese país por un movimiento social sin precedentes, ya estarían llevando a cabo una medida similar. (El corralito, para quienes no lo recuerden, fue una medida económica que impedía a los ahorradores disponer de su dinero depositado en cuentas a plazo fijo, corrientes y en cajas de ahorro. La idea era proteger a los bancos obligando a la gente a no sacar su dinero.)
La apuesta de los gobernantes, de facto y legales, emanados del PAN, es al cansancio de la gente de a pie, al temor de quienes han sobrevivido a la muerte de sus parientes o amigos, al olvido de quienes ya recibieron algo más que promesas, al conservadurismo de millones que no han entendido (todavía) que ahora son los maestros organizados en la disidencia y mañana otros, tal vez ellos mismos por otros agravios impuestos desde las cúpulas políticas que, para lesionar al pueblo, no les falta imaginación.
Pero, además, los panistas son malos apostadores. Apoyaron a Marín en Puebla y a Ruiz en Oaxaca, con el objeto de que esos gobernadores los apoyaran en la elección presidencial de 2006. Recibieron apoyos, cierto, pero no tomaron en cuenta, como buenos ingenuos que son, que lo único que hicieron fue defender al PRI pensando que la alianza con este partido les beneficiaría a la larga. Qué equivocados. Lo verán en la elección de diputados federales de 2009, como ya lo están viendo en la posición de los priístas sobre la reforma energética: le dieron la espalda a la iniciativa de Calderón, lo chamaquearon para decirlo en términos científicos. Y todavía falta el cobro por haberse aliado con Elba Esther, vista por los del tricolor como una traidora sólo fiel a su arribismo sin paralelo.
Además de bisoños, los panistas son cortoplacistas y creen que con un matamoscas en la mano van a gobernar… ahora y por muchos años más.
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