Esta semana se presentaron dos libros en Madrid: La semilla del mal, de Pierre Schori, y La ruptura que viene, de quien esto escribe.
El político y diplomático sueco es el heredero del iluminado socialista Olof Palme y le correspondió vivir, en tanto embajador de su país ante la ONU, los años más perversos de la administración Bush. Su obra es un recuento informado e implacable de los destrozos históricos originados en el “Proyecto para la nueva centuria americana” de 1998.
El primer evento, celebrado en el Círculo de Bellas Artes de la calle de Alcalá, fue motivo de un debate animado por Juan Luis Cebrián. Hubo coincidencia sobre los orígenes y dimensión de la crisis global, pero también incertidumbre en torno a lo que viene. Pareciera que las únicas realidades palpables son el cambio de liderazgo político en EU, la dilución de los paradigmas de la dictadura del mercado y el arribo a una sociedad mundial multipolar. El resto es silencio.
Respecto a la paz y seguridad internacionales, resultó evidente que es necesario abolir los dogmas. No será posible referirse al “terrorismo” desvinculado de sus génesis más inmediatas: cinco décadas de ocupación de Palestina, tres de invasión de Afganistán, la injusta ocupación de Irak y la amenaza contra Irán. Valoramos la promesa de Obama de que EU no importará hidrocarburos dentro de 10 años, lo que significaría la abolición de las guerras petroleras y el estreno de una esperanza ecológica. Igualmente, la disminución de los flujos internacionales de comercio.
Se reconoce un impulso europeo a favor de un nuevo Bretton Woods, pero no se aprecia un diseño correspondiente a los requerimientos de una sociedad global. Una cosa es salvar y equilibrar la economía de las naciones centrales —como en 1944— y otra rescatar a un planeta asolado por todas las plagas. Frente a las iniciativas de Brasil, India, China y Sudáfrica, la reacción liliputiense de México pareciera confirmar su adhesión colonial: una Alaska del sur, con su versión pintoresca de la señora Palin.
A semejanza de las negociaciones económicas globales —1981-1984— frustradas por la implantación del modelo neoliberal, pareciera indispensable: un arreglo financiero y monetario de largo plazo del que fuesen garantes todos los interesados; un plan mundial para la transición energética y el progreso sustentable; y reorientar el comercio al desarrollo compartido. Todo ello bajo la égida de las Naciones Unidas y mediante la reconstrucción de los estados de la periferia, devastados por la corrupción, la insuficiencia y el cáncer de las privatizaciones.
Durante la presentación de mi libro en la fundación Ortega y Gasset, el diálogo se concentró en el microcosmos aleccionador de México. Tras una introducción generosa de Ludolfo Paramio, profesores y estudiantes transitaron de sorpresa en sorpresa. De la esperanza colectiva desatada por la alternancia en el poder a la decepción generada por la rapiña de una clase dirigente indigna de ejercerlo. De la profunda regresión por la violación del orden democrático a la ilegitimidad de un gobierno quebradizo que cede a las presiones de sus adversarios históricos y coopta sin escrúpulos a la ralea de las izquierdas advenedizas. De la promesa solemne de reformar las instituciones públicas a la avidez insensata por corroerlas.
La reforma energética fue debatida y esclarecida. Más allá de las 12 palabras que hubiesen permitido un acuerdo político honorable, la negativa recurrente a enfrentar los problemas esenciales planteados: el destino productivo de la renta petrolera, la suficiencia fiscal del Estado y la reconversión científica y tecnológica, que nos abrirían la ruta para una economía moderna. En vez de ello, el horror a la rendición de cuentas y el encubrimiento de los responsables del pillaje, así como la entrega de una empresa nacional reforzada a quienes la envilecieron y a quienes encarnan el proyecto privatizador que la nación ha rechazado.
Por encima de todo: la simulación. La vesania mediática, el linchamiento cobarde y el burdo reparto del pastel. En el exceso, una voz trepadora acusó a las conciencias disidentes de “buscarles chichis a las víboras”. Olvidó que vegeta en el huevo de la serpiente y no le alcanza concebir que la imaginación del mundo está empeñada en encontrar glándulas mamarias a los ofidios, y si pudiera, leche a las galaxiasSuscribirse a Comentarios de la entrada [Atom]
Suscribirse a
Entradas [Atom]