Fracaso del Presidencialismo (foxista)
FelIz anio, El jueves 4 de Enero intentE publicar el siguiente escrito como contribución a “Por Pares”. Es una nota que apareciO en el diario “Excelsior” el 22 de Diciembre pasado, por el conocido analista JosE Antonio Crespo. Creo que su texto describe bien lo que se viviO con el llamado “presidente del cambio” (que terminO por ser una “vedette” barata y ridIcula, y junto a su esposa, un Emulo de Carlos MEnem y "La Boloco") y lo que se espera, desde esa perspectiva, para este sexenio. Lamento no haber podido subir el escrito, pero ya estA aquI.
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Fracaso del Presidencialismo
(José Antonio Crespo. “Excelsior”,
sección Horizonte Político, 22 Diciembre 2006.)
Vicente Fox, se dice insistentemente, nunca entendió lo que era el Estado ni el gobierno ni la democracia ni la política. Durante la elección presidencial (misma que ganó, según se ufana con cinismo) debió adoptar la función de jefe de Estado, de arbitro político y no la de jefe de partido. Eso hubiera ayudado mucho a evitar la difícil situación política en la que nos hallamos. Paradójicamente, Fox pudo haber sido un estupendo jefe de Estado… de haber vivido en un sistema parlamentario, donde la jefatura de Estado y al de gobierno recaen en distintas personas. El primero normalmente se dedica a cubrir actos protocolarios, inaugurar obras, asistir a ceremonias y cenas de oficiales. Justamente lo que le gustaba mas, lejos de la pesada responsabilidad de tomar decisiones de gobierno. En un parlamentarismo, Fox, como jefe de Estado, no hubiera hecho el daño que hizo al país y a la democracia. Pero Fox nunca fue partidario del sistema parlamentario, mas por ignorancia que por convicción (pues cuando se ha referido a ese sistema se detecta que no lo comprende cabalmente).Pero si bien por estos días predominan las criticas a la innegable incompetencia política de Fox, el fracaso y la inmovilidad de su gestión no son atribuibles exclusivamente a el. Buena parte de la explicación radica en lo inadecuado del régimen presidencial que adoptamos como régimen político desde 1824 (pese a sus eventuales interrupciones). Viene, por un lado, como característica del presidencialismo, la insana fusión de las jefaturas de gobierno y Estado en la misma persona. Dice al respecto el estudioso estadunidense Robert Dahl: “Queremos que (nuestros presidentes) vivan tanto en el mundo real de la política cotidiana (jefe de gobierno) como en un mundo imaginario superior a la política (jefe de Estado)…La imposible mezcla de roles que se espera que juegue un presidente asigna una pesada carga no solo sobre el implicado, sino también, y esto es mas importante, sobre los votantes”. Más aun cuando esa persona a la que se le pide jugar simultáneamente en el mundo real (México) y en el ideal (Foxilandia), es un inepto (como Fox) o un lunático (como George W. Bush). Pero el presidencialismo implica riesgos incluso mayores. Dado que el Legislativo y el Ejecutivo se eligen directamente por los ciudadanos, pueden dar lugar o bien a un gobierno unificado (donde el mismo partido que gano el Ejecutivo tiene mayoría en el congreso) o a uno dividido, que genera mas bien parálisis, confrontación, rivalidad de poderes y puede provocar una grave crisis constitucional. Cuando prevalece el Ejecutivo, entonces tendemos al autoritarismo. Cuando se impone el Congreso, tendemos a la anarquía. Lo que se nos escapa es justamente lo que se halla en medio de los dos extremos: la gobernabilidad democrática. A ello se refería Emilio Rabasa e 1912: “El hecho de compartir dos órganos distintos la representación de la voluntad del pueblo, crea entre ellos un antagonismo inevitable… Pugnando cada uno por ensanchar su acción a costa del otro, el Legislativo propende a convertir el gobierno en anarquía congresional y el ejecutivo a llevarlo a la dictadura”.Parte del problema, en particular al prevalecer un gobierno dividido, es que la oposición puede fácilmente quedar resentida al despojarla de todo cargo en la administración pública (que toda queda con el ganador), lo que provoca una actitud, no de colaboración, sino de confrontación y revancha. Justamente eso ocurrió durante el gobierno de Fox, donde el PRI decidió que el panista era “un peligro para Mexico”, por lo cual mientras peor le fuera al Presidente, mejor le iría al país. En realidad había detrás una estrategia para que los ciudadanos añoraramos la destreza de los priístas frente a la flagrante incompetencia de los panistas. Este choque entre oposición legislativa y gobierno es evidentemente peor cuando los opositores sienten que la elección presidencial les fue robada, como es ahora el caso con el PRD, segunda fuerza en la Cámara baja y tercera en el senado. Desde luego, esta desventaja puede ser compensada mediante un gobierno de coalición, donde se invita a algunos partidos de oposición a cogobernar con quien detenta el ejecutivo en torno a un proyecto común, intercambiando algunas carteras en el gabinete, por los votos necesarios para conformar mayorías en el Congreso. Esa fue la propuesta que le hizo Felipe Calderón al PRI. Pero al parecer la oferta fue muy pobre en el numero e importancia de las carteras, por lo que ese partido cálculo que le sería más rentable negociar reforma por reforma y acuerdo por acuerdo (cooperación que seguramente venderá a precio de oro). Pero ya sabemos como se las gastan los priístas: cobran primero y luego no pagan. De modo que Calderón podría enfrentar una situación parecida a la que afronto Fox. En todo caso, el problema con el presidencialismo mexicano es que solo ha funcionado históricamente cuando se mueve dentro del autoritarismo (como con Benito Juárez, Porfirio Díaz o el régimen priísta), pero cuando penetra en aguas democráticas tiende a paralizarse, a aproximarse a los linderos de la ingobernabilidad. El historiador William Fowler, experto en el presidencialismo mexicano, destaca “la paradójica necesidad del pueblo mexicano de tener un Presidente fuerte y un Congreso fuerte al mismo tiempo. Pareciera que los mexicanos quieren evitar el arribo al poder de líderes prepotentes, pero se rebelan contra aquellos presidentes que, por acatar las ordenes del Congreso, son tildados de débiles”. Así es. Y eso es propio de un régimen adoptado de una experiencia política e histórica –la estadounidense- muy atípica y totalmente ajena a la nuestra.